Un lugar de encuentro

Este es un lugar de encuentro para los apasionados por la lectura, el cine, la historia, el arte, la Filosofía y el pensamiento crítico.
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sábado, 22 de octubre de 2011

El Gato triste y azul

Amigos:

Hoy me llevó a pensar lo que dijo Ricardo sobre la canción más enigmática, atractica y grande de Roberto Carlos -El Gato triste y azul" Efectivamente, blue en inglés tiene otra connotación aparte de la obvia "azul", significa "deprimido, melancólico" (no triste). Así que el gato estaba triste y melancólico, allí lo entiendo más.

Hay que recordar que este grandísimo cantante brasileño empezó su carrera artística en Italia, que la letra original de esta canción fue escrita en italiano por Toto Savia y C. Bigazzi (esto sacada de Internet, lógicamente ya que no soy como el amigo de enciclopédico), la canción se titula "Un gato nel blu". Participó en el XXII festival de San Remo en 1972. En italiano blu es azul, pero también es cielo, al igual que ocurre en inglésm pues también nos podemos referir al cielo como "blu". Así que el gato podría estar en el cielo y no triste o podría estar en un tejado con su silueta recortada contra el cielo.

De nuevo recurro al Internet para citar la letra original en italiano:

Quand’ ero bambino che allegria
Giocare alla guerra per la via
Saltare un cancello io e te e poi
Una mela l’emozione gli occhi tuoi
le rose, l’amore, casa mia
E un gatto per farci compagnia
Ma da quando è finita io non so perché
la finestra è piu grande senza te

Un gatto nel blu guarda le stelle
Non vuol tornare in casa senza te
Sapessi quaggiù che notte bella
Chissà se un gran dolore si cancella

Un gatto nel blu ecco che tu
Spunti dal cuore mio caro amore
Fra poco sarai negli occhi miei
Anche stasera una lacrima sei

Bambina, bambina vita mia
Profumo di tiglio che va via
se amare é uno sbaglio, colpa mia, però
Io, in fondo, della vita che ne so?

Un gatto nel blu guarda le stelle
Non vuol tornare in casa senza te
Sapessi quaggiù che notte bella
Chissà se un gran dolore si cancella

Un gatto nel blu ecco che tu
Spunti dal cuore mio caro amore
Fra poco sarai negli occhi miei
Lacrima chiara de primavera

Un gatto nel blu ecco che tu
Anche stasera una lacrima sei

Un gatto nel blu ecco che tu
Spunti dal cuore mio caro amore
Fra poco sarai negli occhi miei
Lacrima chiara de primavera

Un gatto nel blu ecco che tu
Spunti dal cuore mio caro amore
Fra poco sarai negli occhi miei
Lacrima chiara de primavera




En castellano:

Cuando era un chiquillo que alegria;
Jugando a la guerra noche y día,
Saltando una verja verte a ti y así en tus ojos algo nuevo descubri.

Las rosas decian que eras mia;
Y un gato me hacia compañia,
Desde que me dejaste yo no se porque la ventanada es mas grande sin tu amor.

El gato que esta en nuestro cielo;
No va a volver a casa si no estas,
No sabes mi amor que noche bella preciento que tu estas en esa estrella.

El gato que esta trizte y azul;
Nunca se olvida que fuiste mía,
Más se que sabras de mi sufrir;
Porque en mis ojos una lagrima hay.

Querida,querida vida mía;
Reflejo de luna que reia,
Si amar es cerrado culpa mía te ame;
En el fondo que es la vida no lo se.

El gato que esta en nuestro cielo;
No va a volver a casa si no estas,
No sabes mi amor que noche bella preciento que tu estas en esa estrella.

El gato que esta trizte y azul;
Nunca se olvida que fuiste mía,
Más siempre seras en mi mirar,
Lagrima clara de primavera.

El gato que esta en la oscuridad sabe que en mi alma una lagrima hay.

El gato que esta trizte y azul;
Nunca se olvida que fuiste mía,
Más siempre seras en mi mirar,
Lagrima clara de primavera.

El gato que esta en la oscuridad sabe que en mi alma una lagrima hay, una lagrima hay.

Y para que ven al grandísimo artista, les copio el link:


http://tu.tv/videos/el-gato-que-esta-triste-y-azul

martes, 19 de abril de 2011

Digan lo que Digan de Raphael

DIGAN LO QUE DIGAN

La canta: Raphael de España
Compositor: Manuel Alejandro (también español)

Más dicha que dolor hay en el mundo
más flores en la tierra que rojas en el mar
hay mucho más azul que nubes negras
y es mucha más la luz que la oscuridad

digan lo que digan, digan lo que digan
digan lo que digan, los demás

Son muchos muchos más, los que perdonan
que aquellos que pretenden a todo condenar
la gente quiere paz y se enamora
y adora lo que es bello nada mas

y digan lo que digan, digan lo que digan,
digan lo que digan, los demas

Hay mucho mucho más amor que odio
más besos y caricias que mala voluntad
los hombres tienen fe en la otra vida
y luchan por el bien no por el mal

digan lo que digan, digan lo que digan,
digan lo que digan, los demás..(2)

NO PUEDO ARRANCARTE DE MI

NO PUEDO ARRANCARTE DE MI
Compositor Manuel Alejandro
cantante: Raphael de España


QUISIERA DECIRTE ESTA NOCHE LO QUE SIENTO
PERO ESTAS TAN LEJOS, ESTA NOCHE, TAN LEJOS
QUISIERA DIBUJARTE CON LINEAS DE COLORES
Y AL GRITO DE LA NOCHE HACERTE REALIDAD
QUISIERA TENERTE ESTA NOCHE, ESTA NOCHE

NO PUEDO ARRANCARTE DE MI
NO PUEDO ARRANCARTE DE MI
ME APRIETAS EL ALMA
ME ARAÑAS EL SUEÑO
ME ENVUELVE TU ALIENTO AL VIVIR

NO PUEDO ARRANCARTE DE MI
NO PUEDO ARRANCARTE DE MI
ME INUNDA EL RECUERDO
TU VOZ AUN LA SIENTO
Y SOLO DESEO PEDIR VERTE AQUI, ESTA NOCHE

QUISIERA QUE VOLVIERAS ESTA NOCHE, CON EL VIENTO
Y VIERAS CON TUS OJOS ESTA NOCHE, LO QUE SIENTO
QUISIERA DIBUJARTE CON LINEAS DE COLORES
Y AL GRITO DE LA NOCHE HACERTE REALIDAD
QUISIERA TENERTE ESTA NOCHE, ESTA NOCHE

NO PUEDO ARRANCARTE DE MI
NO PUEDO ARRANCARTE DE MI
ME APRIETAS EL ALMA
ME ARAÑAS EL SUEÑO
ME ENVUELVE TU ALIENTO AL VIVIR

NO PUEDO ARRANCARTE DE MI
NO PUEDO ARRANCARTE DE MI
ME INUNDA EL RECUERDO
TU VOZ AUN LA SIENTO
Y SOLO DESEO PEDIR
VERTE AQUI ESTA NOCHE

NO PUEDO ARRANCARTE DE MI
NO PUEDO ARRANCARTE DE MI
ME APRIETAS EL LAMA
ME ARAÑAS EL SUEÑO
ME ENVUELVE TU ALIENTO AL VIVIR

domingo, 6 de marzo de 2011

NO ME MUEVE, MI DIOS, PARA QUERERTE

No me mueve, mi Dios, para quererte
el cielo que me tienes prometido,
ni me mueve el infierno tan temido
para dejar por eso de ofenderte.

Tú me mueves, Señor, muéveme el verte
clavado en una cruz y escarnecido,
muéveme ver tu cuerpo tan herido,
muévenme tus afrentas y tu muerte.

Muéveme, en fin, tu amor, y en tal manera,
que aunque no hubiera cielo, yo te amara,
y aunque no hubiera infierno, te temiera.

No me tienes que dar porque te quiera,
pues aunque lo que espero no esperara,
lo mismo que te quiero te quisiera.

Han sido muchos los intentos de atribución de este soneto a uno u otro autor, por falta de argumentos probatorios suficientes.

El soneto, por su perfecta factura, figura como modélico en todas las antologías publicadas hasta hoy, desde que lo incluyó en la suya de las Cien Mejores Poesías de la lengua castellana Marcelino Menéndez Pelayo.

Nunca el amor a Cristo crucificado había alcanzado tal grado de pureza e intensidad en la sensibilidad de la expresión poética. En fechas en que la superficialidad cifraba en el temor al destino dudoso del hombre en el más allá, la moción de la piedad popular, este poeta acierta a olvidar premios y castigos para suscitar un amor que, por verdadero, no necesita de castigo, sino que nace limpio y hondo de la dolorosa contemplación del martirio con que Cristo rescata al hombre. Esa es la única razón eficaz que puede mover a apartarse de la ingratitud del ultraje a quien llega a amarte de manera tan extrema.

Concluido el desarrollo del tema en el espacio de los dos cuartetos, trazada la preceptiva línea de simetría armoniosa que distingue y define la bondad del soneto clásico, vuelven a retomar el desarrollo temático las dos estrofas restantes, mediante cambios sintácticos que encadenan sucesivas concesiones ponderativas, tendentes a reforzar de manera excluyente y convencida el propósito de amar a Cristo por encima de cualquiera otra consideración.

El estilo es directo, enérgico, casi penitencial por lo desnudo de figuras y recursos ornamentales. No es la belleza imaginativa del lenguaje lo que define a este soneto, sino la fuerza con que se renuncia a todo lo que no sea amar a quien, por amor, dejó destrozar el suyo.

Nos viene bien a todos ahora que está por comenzar la Cuaresma.

martes, 18 de enero de 2011

Carta de Benedicto XVI sobre la Urgencia de la Educación

Autor: Editrice Vaticana | Fuente: Editrice Vaticana

Carta de Benedicto XVI sobre la Urgencia de la Educación.
Queridos fieles de Roma:

He querido dirigirme a vosotros con esta carta para hablaros de un problema que vosotros mismos experimentáis y en el que están comprometidos los diversos componentes de nuestra Iglesia: el problema de la educación. Todos nos preocupamos por el bien de las personas que amamos, en particular por nuestros niños, adolescentes y jóvenes. En efecto, sabemos que de ellos depende el futuro de nuestra ciudad. Por tanto, no podemos menos de interesarnos por la formación de las nuevas generaciones, por su capacidad de orientarse en la vida y de discernir el bien del mal, y por su salud, no sólo física sino también moral. Ahora bien, educar jamás ha sido fácil, y hoy parece cada vez más difícil. Lo saben bien los padres de familia, los profesores, los sacerdotes y todos los que tienen responsabilidades educativas directas. Por eso, se habla de una gran "emergencia educativa", confirmada por los fracasos en los que muy a menudo terminan nuestros esfuerzos por formar personas sólidas, capaces de colaborar con los demás y de dar un sentido a su vida. Así, resulta espontáneo culpar a las nuevas generaciones, como si los niños que nacen hoy fueran diferentes de los que nacían en el pasado. Además, se habla de una "ruptura entre las generaciones", que ciertamente existe y pesa, pero es más bien el efecto y no la causa de la falta de transmisión de certezas y valores.

Por consiguiente, ¿debemos echar la culpa a los adultos de hoy, que ya no serían capaces de educar? Ciertamente, tanto entre los padres como entre los profesores, y en general entre los educadores, es fuerte la tentación de renunciar; más aún, existe incluso el riesgo de no comprender ni siquiera cuál es su papel, o mejor, la misión que se les ha confiado. En realidad, no sólo están en juego las responsabilidades personales de los adultos o de los jóvenes, que ciertamente existen y no deben ocultarse, sino también un clima generalizado, una mentalidad y una forma de cultura que llevan a dudar del valor de la persona humana, del significado mismo de la verdad y del bien; en definitiva, de la bondad de la vida. Entonces, se hace difícil transmitir de una generación a otra algo válido y cierto, reglas de comportamiento, objetivos creíbles en torno a los cuales construir la propia vida.

Queridos hermanos y hermanas de Roma, ante esta situación quisiera deciros unas palabras muy sencillas: ¡No tengáis miedo! En efecto, todas estas dificultades no son insuperables. Más bien, por decirlo así, son la otra cara de la medalla del don grande y valioso que es nuestra libertad, con la responsabilidad que justamente implica. A diferencia de lo que sucede en el campo técnico o económico, donde los progresos actuales pueden sumarse a los del pasado, en el ámbito de la formación y del crecimiento moral de las personas no existe esa misma posibilidad de acumulación, porque la libertad del hombre siempre es nueva y, por tanto, cada persona y cada generación debe tomar de nuevo, personalmente, sus decisiones. Ni siquiera los valores más grandes del pasado pueden heredarse simplemente; tienen que ser asumidos y renovados a través de una opción personal, a menudo costosa.

Pero cuando vacilan los cimientos y fallan las certezas esenciales, la necesidad de esos valores vuelve a sentirse de modo urgente; así, en concreto, hoy aumenta la exigencia de una educación que sea verdaderamente tal. La solicitan los padres, preocupados y con frecuencia angustiados por el futuro de sus hijos; la solicitan tantos profesores, que viven la triste experiencia de la degradación de sus escuelas; la solicita la sociedad en su conjunto, que ve cómo se ponen en duda las bases mismas de la convivencia; la solicitan en lo más íntimo los mismos muchachos y jóvenes, que no quieren verse abandonados ante los desafíos de la vida. Además, quien cree en Jesucristo posee un motivo ulterior y más fuerte para no tener miedo, pues sabe que Dios no nos abandona, que su amor nos alcanza donde estamos y como somos, con nuestras miserias y debilidades, para ofrecernos una nueva posibilidad de bien.

Queridos hermanos y hermanas, para hacer aún más concretas mis reflexiones, puede ser útil identificar algunas exigencias comunes de una educación auténtica. Ante todo, necesita la cercanía y la confianza que nacen del amor: pienso en la primera y fundamental experiencia de amor que hacen los niños —o que, por lo menos, deberían hacer— con sus padres. Pero todo verdadero educador sabe que para educar debe dar algo de sí mismo y que solamente así puede ayudar a sus alumnos a superar los egoísmos y capacitarlos para un amor auténtico.

Además, en un niño pequeño ya existe un gran deseo de saber y comprender, que se manifiesta en sus continuas preguntas y peticiones de explicaciones. Ahora bien, sería muy pobre la educación que se limitara a dar nociones e informaciones, dejando a un lado la gran pregunta acerca de la verdad, sobre todo acerca de la verdad que puede guiar la vida.

También el sufrimiento forma parte de la verdad de nuestra vida. Por eso, al tratar de proteger a los más jóvenes de cualquier dificultad y experiencia de dolor, corremos el riesgo de formar, a pesar de nuestras buenas intenciones, personas frágiles y poco generosas, pues la capacidad de amar corresponde a la capacidad de sufrir, y de sufrir juntos.

Así, queridos amigos de Roma, llegamos al punto quizá más delicado de la obra educativa: encontrar el equilibrio adecuado entre libertad y disciplina. Sin reglas de comportamiento y de vida, aplicadas día a día también en las cosas pequeñas, no se forma el carácter y no se prepara para afrontar las pruebas que no faltarán en el futuro. Pero la relación educativa es ante todo encuentro de dos libertades, y la educación bien lograda es una formación para el uso correcto de la libertad. A medida que el niño crece, se convierte en adolescente y después en joven; por tanto, debemos aceptar el riesgo de la libertad, estando siempre atentos a ayudarle a corregir ideas y decisiones equivocadas. En cambio, lo que nunca debemos hacer es secundarlo en sus errores, fingir que no los vemos o, peor aún, que los compartimos como si fueran las nuevas fronteras del progreso humano.

Así pues, la educación no puede prescindir del prestigio, que hace creíble el ejercicio de la autoridad. Es fruto de experiencia y competencia, pero se adquiere sobre todo con la coherencia de la propia vida y con la implicación personal, expresión del amor verdadero. Por consiguiente, el educador es un testigo de la verdad y del bien; ciertamente, también él es frágil y puede tener fallos, pero siempre tratará de ponerse de nuevo en sintonía con su misión.

Queridos fieles de Roma, estas sencillas consideraciones muestran cómo, en la educación, es decisivo el sentido de responsabilidad: responsabilidad del educador, desde luego, pero también, y en la medida en que crece en edad, responsabilidad del hijo, del alumno, del joven que entra en el mundo del trabajo. Es responsable quien sabe responder a sí mismo y a los demás. Además, quien cree trata de responder ante todo a Dios, que lo ha amado primero.

La responsabilidad es, en primer lugar, personal; pero hay también una responsabilidad que compartimos juntos, como ciudadanos de una misma ciudad y de una misma nación, como miembros de la familia humana y, si somos creyentes, como hijos de un único Dios y miembros de la Iglesia. De hecho, las ideas, los estilos de vida, las leyes, las orientaciones globales de la sociedad en que vivimos, y la imagen que da de sí misma a través de los medios de comunicación, ejercen gran influencia en la formación de las nuevas generaciones para el bien, pero a menudo también para el mal.

Ahora bien, la sociedad no es algo abstracto; al final, somos nosotros mismos, todos juntos, con las orientaciones, las reglas y los representantes que elegimos, aunque los papeles y las responsabilidades de cada uno sean diversos. Por tanto, se necesita la contribución de cada uno de nosotros, de cada persona, familia o grupo social, para que la sociedad, comenzando por nuestra ciudad de Roma, llegue a crear un ambiente más favorable a la educación.

Por último, quisiera proponeros un pensamiento que desarrollé en mi reciente carta encíclica Spe salvi, sobre la esperanza cristiana: sólo una esperanza fiable puede ser el alma de la educación, como de toda la vida. Hoy nuestra esperanza se ve asechada desde muchas partes, y también nosotros, como los antiguos paganos, corremos el riesgo de convertirnos en hombres "sin esperanza y sin Dios en este mundo", como escribió el apóstol san Pablo a los cristianos de Éfeso (Ef 2, 12). Precisamente de aquí nace la dificultad tal vez más profunda para una verdadera obra educativa, pues en la raíz de la crisis de la educación hay una crisis de confianza en la vida.

Por consiguiente, no puedo terminar esta carta sin una cordial invitación a poner nuestra esperanza en Dios. Sólo él es la esperanza que supera todas las decepciones; sólo su amor no puede ser destruido por la muerte; sólo su justicia y su misericordia pueden sanar las injusticias y recompensar los sufrimientos soportados. La esperanza que se dirige a Dios no es jamás una esperanza sólo para mí; al mismo tiempo, es siempre una esperanza para los demás: no nos aísla, sino que nos hace solidarios en el bien, nos estimula a educarnos recíprocamente en la verdad y en el amor.
Os saludo con afecto y os aseguro un recuerdo especial en la oración, a la vez que envío a todos mi bendición.

Vaticano, 21 de enero de 2008