Un lugar de encuentro

Este es un lugar de encuentro para los apasionados por la lectura, el cine, la historia, el arte, la Filosofía y el pensamiento crítico.
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martes, 20 de julio de 2010

¿Qué tienes de bueno para ofrecerle a Dios?

¿Qué tienes para ofrecerle a Dios?
No sólo de lo que nos sobre, sino de aquello que nos cuesta, de lo que no tenemos en abundancia.

Nuestro tiempo, nuestra inteligencia, nuestro esfuerzo, nuestros talentos, nuestro dinero, nuestra salud y vitalidad, nuestro amor. ¿Acaso algo de esto es nuestro? No, nada, absolutamente nada. Todo es de Dios, proviene de Dios. Nosotros mismos no somos nada, sin Dios. No perduramos un instante sin Su Voluntad de que sigamos vivos. Pongámoslo en claro, si Dios no contuviera la acción del mal sobre nosotros bajo la forma de enfermedad y penurias de todo tipo, pues nada seríamos. Todo lo que tenemos pertenece a Dios, que es el Creador y Único dueño de todo lo que vemos, de todo lo que somos.

De este modo, la pregunta en realidad debiera ser ¿Qué tienes para devolverle a Dios? Porque de El provienen todas las Gracias, materiales y espirituales, todo lo bueno que somos o tenemos. Cuando desarrollamos un talento, con esfuerzo, no hacemos más que sacar a la luz algo que Dios puso en nosotros mismos, como potencial. Cuando tenemos éxito laboral o profesional, y acumulamos dinero y bienes, gozamos de la Gracia de Dios que recompensa de éste modo el trabajo digno, bien hecho, con honestidad. Cuando caminamos y vivimos lozanamente, con salud y vitalidad, gozamos de la bondad del Señor que quiere que seamos parte de la maravillosa obra que El creó, en armonía y perfección.

Y sin embargo, qué miserables que somos. Empezando con nuestro tiempo: lo desperdiciamos en mil cosas vanas, como reuniones sociales, o simple distracción frente a un televisor o una revista. Y cuando dedicamos un minuto a nuestro Jesús, nos sentimos como si El hubiera arrancado una parte importante de nuestra vida. Medimos cada minuto que dedicamos a Dios, ya sea a través de la caridad y ayuda a los demás, como a la oración, o a estudiar y crecer en el conocimiento de Sus cosas. Y humanamente nos ufanamos de lo hecho, queremos crédito y reconocimiento, como si Jesús no mereciera le donemos toda nuestra vida, en agradecimiento por tanto amor recibido.

También somos miserables con nuestro dinero: lo malgastamos en mil cosas vanas, ropas, salidas, cigarrillos, artefactos electrónicos de la más moderna y reciente tecnología, adornos y construcciones pasajeras. Mientras tanto, si ponemos un peso en la caridad lo miramos como si fuera un millón. ¡Cómo voy a poner tanto! No medimos con la misma vara el dinero que derrochamos, que el que donamos al Señor y a Sus hermanos, los que lo necesitan. Cuando viene a nuestra alma la idea de hacer alguna obra de caridad, estalla la pregunta en nuestro interior: ¿cómo voy a gastar tanto? Las dudas afloran de inmediato: mi esposo jamás justificaría que regale este dinero, mientras compramos ropas y zapatos carísimos sin musitar, o gastamos nuestro dinero en costosos cortes o teñidos de cabello. O también: mi esposa pensará que estoy loco si derrocho este dinero en obras de caridad, mientras fumamos como sapos o compramos finos zapatos o ropas sport. ¡Que grandes miserias anidan en nuestra alma!

Y nuestro esfuerzo: no somos capaces de dedicar nuestro sudor a ayudar a tantos niños necesitados, pero sí a nuestros propios hijos, por los que damos todo. Para unos si, para otros no. Un regalo de Navidad, un juguete, es para nuestros hijos la obligación de que sea lo mejor. Para otros niños pobres y humildes, con algo hecho o comprado así nomás, es suficiente. ¿Qué saben estos niños, de todos modos, de lo que es bueno, de lo que es perfecto o costoso? Ponernos a trabajar, para dar algo bueno a los demás, parece tiempo y esfuerzo desperdiciado. ¿Cómo voy a perderme tantas horas, o noches hasta tarde, si estoy tan ocupado u ocupada? Quizás pienso esto, mientras contamino mi alma mirando televisión o caminando por decimonovena vez por el corredor del mismo shopping mall.

¿Qué puedo devolverle al Señor, de todo lo que El me ha dado? Esa es la pregunta. No sólo de lo que nos sobre, sino de aquello que nos cuesta, de lo que no tenemos en abundancia. Nos debiera dar vergüenza el tener tanto pero tanto, comparado con otros, y disfrutarlo sin más. Sin pensar en agradecer, en devolver, en compartir. ¡Qué egoístas que somos! El Señor sufre con nuestros corazones que están tan cerrados. Miremos hacia arriba, hacia el Cielo, y veamos Sus Ojos húmedos, que suplicantes nos piden:

Dame tu amor, dáselo a los que no tienen, comparte Mis Gracias, sé un ejemplo de Mi infinita Bondad, Mi entrega, Mi Misericordia. ¿Acaso no ves cómo te amo?

viernes, 16 de julio de 2010

Algunas frases famosas

El hombre justo no es aquel que no comete ninguna injusticia, si no el que pudiendo ser injusto no quiere serlo.
Menandro de Atenas

Una sola piedra puede desmoronar un edificio.
Francisco de Quevedo

Nuestra recompensa se encuentra en el esfuerzo y no en el resultado. Un esfuerzo total es una victoria completa.
Mahatma Gandhi

El mundo está lleno de pequeñas alegrías; el arte consiste en saber distinguirlas.
Li-Tai-Po

A medio mundo le gustan los perros; y hasta el día de hoy nadie saber que quiere decir guau
Quino (Mafalda)

Bueno ahora guarden todos sus utiles menos lapiz, goma de borrar y una hoja en blanco en la que anotaran prueba escrita. (Profesora)
-Perdon ¿y si apelaramos a la a la sensatez y dejaramos la cosa para otro dia. Digo...para evitar un inutil derramamiento de ceros. (Quino, Mafalda)"

A veces una broma, una anécdota, un momento insignificante, nos pintan mejor a un hombre ilustre, que las mayores proezas o las batallas más sangrientas. Plutarco

Abandonarse al dolor sin resistir, suicidarse para sustraerse de él, es abandonar el campo de batalla sin haber luchado. Napoleón

Alma, para el ser humano; ánima para la bestia. Pero solemos decir; benditas ánimas del purgatorio. José Gneco Laborde

Amamos siempre a los que nos admiran, pero no siempre a los que admiramos. La Rochefoucauld

Aquel que tú crees que ha muerto, no ha hecho más que adelantarse en el camino. Séneca

Aquellos que nunca se retractan de sus opiniones se aman a ellos mismos más que a la verdad. J.JOUBERT

Arriesgarse es perderse un poco, no arriesgarse es perderlo todo. Mayacowsky

Así como el ignorante esta muerto antes de morir, el hombre de talento vive aun después de muerto. Publio Siro.

Así como el vestido es la forma de cuerpo, la habitación es la forma de las costumbres. Carlos Lleras Restrepo

Así como la violencia es síntoma de debilidad, la injusticia que la acompaña es producto de la soberbia. Manual Gálvez

Así corrompe el ocio al cuerpo humano, como se corrompen las aguas si están quedas. Ovidio

Ayudar al que lo necesita no sólo es parte del deber, sino de la felicidad. José Marti

Azar es una palabra vacía de sentido, nada puede existir sin causa. Voltaire

viernes, 9 de julio de 2010

Decisiones latentes

Decisiones latentes
Vivimos en medio de una sucesión de decisiones que conforman nuestro modo de ser
Autor: Alfonso Aguiló Pastrana


Julien Green describe con maestría ese proceso personal, íntimo, por el que todas las personas escuchamos en nuestro interior una llamada a la responsabilidad, a ser mejores, y que unas veces escuchamos y otras no. Hay una página de su diario que lo expresa muy bien: "Tal día de tu infancia, mientras jugabas solo en el cuarto de tu madre y el sol brillaba sobre tus manos, vino hacia ti cierto pensamiento, ataviado como un mensajero del rey, y tú lo acogiste con alegría, pero más tarde lo rechazaste. Y aquel pensamiento te hubiera guardado, sostenido. Cuando caminabas bajo los plátanos de tal avenida, y tu primo te dijo tales palabras, comprendiste enseguida que aquellas palabras te llegaban de parte de Dios, pero luego las olvidaste, porque contradecían en ti el gusto del placer. Y tal carta, que rompiste y tiraste a la papelera, te habría disipado aquellas dudas, pero tú no querías cambiar...".

Algunas de esas ocasiones tienen una trascendencia especial. Son segundos que parecen decidir nuestro destino. Y no son algo accidental o inopinado, sino el fruto de una larga serie de actos sutilmente ligados entre sí. Son instantes que parecen impuestos por un misterioso impulso, sin ningún debate interior, pero esa aparente ausencia de deliberación no implica falta de libertad. Nuestros actos interiores, esos mil pequeños detalles que registramos en nuestro interior casi sin darnos cuenta, todas las numerosas y minúsculas negativas que dejamos pasar cada día, tejen poco a poco, a nivel consciente o subconsciente, un entramado interior. Y un día, quizá con ocasión de un suceso mínimo, incluso indiferente en sí mismo, surge en nosotros una idea o una convicción que parece nacer ya formada de nuestra mente, como Atenea surgió de la frente de Zeus. Parecen actos o pensamientos espontáneos, pero, en realidad, expresan el resultado de una batalla que se venía librando desde tiempo atrás en un nivel muy personal, en pequeños hábitos ocultos, en pensamientos velados, en complicidades interiores. Y llega un momento en que nuestra conciencia está parcialmente enajenada, enredada en esas mallas que se han ido tejiendo con el tiempo y que impiden la expresión de nuestra libertad verdadera.

De manera semejante, nuestras buenas acciones, nuestras aspiraciones al bien, hasta nuestros más insignificantes actos de generosidad, tejen a su vez otra red profunda, que también aflora un día en decisiones personales importantes. Igual que el hábito de los muchos "noes" trae un "no" a la hora de la verdad, el hábito de responder que sí a los embajadores de la verdad es lo que endereza nuestra vida. Julien Green cuenta en su diario otro pequeño ejemplo. "La primera vez que pensé en la muerte como un acontecimiento al que yo no escaparía, tenía unos veinte años. Fue en el jardín de mi tío, en Virginia. Evidentemente, sabía que tenía que morir, pero, como dice Bossuet, no lo creía. Aquel día entreví lo que podía significar el hecho de morir. Supuso una especie de revelación interior, y aquel pensamiento tan sencillo -tú también morirás- puedo afirmar que me cambió por dentro."

Vivimos en medio de una sucesión de decisiones que conforman nuestro modo de ser. Y no siempre es fácil acertar. Sería simplista pensar que, cuando cerramos nuestro corazón a la llamada del bien, viene de inmediato un sentimiento de angustia. Es más, puede haber incluso un inicial alivio interior, un sentimiento de liberación, de mayor posesión de uno mismo, como de un peso que uno se ha quitado de encima, de una responsabilidad que ha dejado de pesar sobre nosotros. El rechazo del bien no siempre va acompañado de remordimiento, pues el hombre que se desliza por la pendiente del mal vive en una especie de magia que le fascina. El mal puede resultar atractivo y el bien, mientras no lo gustamos, puede parecer insulso e irreal. Sólo a la larga, el mal descubre la saciedad que oculta, y luego no siempre resulta fácil salir de él. Por eso es preciso guardar nuestro propio corazón, velar por la sensibilidad de sus puertas, pues, de lo contrario, pronto nos encontraremos poseídos por ideas y sentimientos que hipotecan nuestra vida.